Quiero daros las gracias no solo por vuestra asistencia, sino por permitirme hablar esta noche en vuestro nombre de nuestra Madre, la Virgen de los Remedios.
Hablar de la Virgen de los Remedios es un placer y una necesidad. Ella representa el vínculo del ser humano con nuestro Padre Celestial. El Arzobispo de Toledo, Monseñor Francisco Álvarez, reconoce lo siguiente: “Si María faltara en nuestra espiritualidad y misión apostólica, descentraríamos el misterio de Cristo y fallaríamos en nuestro ser cristiano y eclesial. Es imposible ser cristiano sin ser a la vez y ,por lo mismo, devotos de María. María siempre nos lleva a Jesús”.
La Virgen es la Madre del verbo encarnado, es la Madre de Dios. Esta expresión la hemos escuchado muchas veces y, sin duda, también la hemos leído. En el Evangelio de Mateo existe una fórmula que puede ser equivalente: “Madre de Emmanuel”, que quiere decir “Dios con nosotros”.
“Si no estuvieras conmigo
qué de mi vida sería.
Tú que nada pides, que
todo lo das, que nada olvidas.
Tú que escuchas con el
corazón, con el amor,
con la vida.
Tú que enseñas con tu buen hacer
cada instante,
cada momento de mi vida.
Luz de mis ojos, alma del
alma mía, flor de mi primavera,
día de mi noche fría.
Confórtame, llévame por tu
senda de alegría.
Déjame hacer por otros
lo que tú haces por mí, cada día.
Dame fuerzas, dame amor
para regalarlos toda la vida”.
Si María acepta ser la Madre de Jesús, es porque se siente sierva de Dios, se pone a sus plantas, a su disposición para entregarse por entero y sin condiciones. Nos muestra una fe viva y adulta, una entrega que siente necesaria. Las palabras del ángel son muy alentadoras para una joven muchacha: ”Alégrate”. Esa alegría es la respuesta ante la aceptación que nos muestra nuestra Madre ante lo que Dios le pide.
La Biblia está repleta de mujeres que se alegraron ante una maternidad que parecía imposible, Sara, Isabel. La maternidad también le parece imposible a María porque no conoce varón, pero aun así, se encomienda a las manos del Padre y se hace en ella su voluntad, además de poner de manifiesto su virginidad. El sí de la Virgen representa la Nueva Alianza de la Humanidad con Dios. Se dirige a la Salvación Universal del Mundo.
Esta última es una razón de peso para que nuestro corazón reconozca en María a la salvadora del mundo. Es la oportunidad para que nosotros aceptemos nuestras cargas, obligaciones y seamos capaces de agradecer todo lo que ella nos aporta cada día.
La Virgen encontró gracia a los ojos de Dios, pero ella también se llenó de esta gracia. María constituye “la llena de Gracia”. Esta Gracia, que se materializa en su Hijo, se nos regala a nosotros para que también seamos capaces de alegrarnos por la entrega, primero de la Madre y posteriormente del Hijo.
“Virgen Santísima de los Remedios,
fiel reflejo de la Divinidad
consumada.
Dulce luz que a nuestros
ojos te muestras. Sierva de Dios,
llena de Gracia”.
La Virgen ha pertenecido siempre a Dios. Ella, una mujer sin pecado original, una mujer sin inclinación al pecado, paciente con todos, luchadora, inclinada a escuchar a Dios y a prometerse a Él de por vida. Una mujer santa y llena de fe.
Cuando María visita a su prima Isabel, esta, llena de Espíritu Santo, exclama: ”Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor”. Isabel pone de manifiesto la profunda fe en Dios y la confianza que tenía María ante cualquier situación cotidiana. La aceptación de María es un modelo para nosotros. Representa la confianza en un mañana, en un aquí y ahora, en un siempre. San Agustín, en un comentario sobre la Anunciación, afirma: “El ángel anuncia, la Virgen escucha, cree y concibe”. Y añade: ”Cree la Virgen en el Cristo que se le anuncia, y la fe le trae a su seno; desciende la fe a su corazón virginal antes que a sus entrañas la fecundidad maternal”.
La fe de María recuerda la fe de otros personajes bíblicos, como, por ejemplo, Abraham, Moisés. También la fe supone la sumisión a la voluntad de Dios. Jesús, al igual que la Madre, acepta su misión para morir por todos nosotros en el Calvario: ”Hágase tu voluntad”.
“Virgen de los Remedios,
remediadora de todos los hombres,
a los que tiernamente escuchas,
a los que indefectiblemente amas.
Me has dado tanto
que no tengo palabras
para preguntarte
que por qué tanto me amas,
que por qué me lo das todo
si yo no puedo darte nada,
que por qué me haces sentir
tan feliz
cuando a mi puerta llamas.
Déjame rezar oraciones
para llenar nuestra distancia,
déjame quedarme a tus pies
para darte un millón de
gracias”.
El mejor regalo para una madre es la exaltación de su hijo y por ello no quiero permitirme terminar sin dedicarle unas palabras al hijo de María, a ese Niño de Amor que custodian los brazos de Nuestra Señora de los Remedios:
“No lograrán arrancarme
de ti porque ya estás en mí.
No lograrán convencerme
con torpes e ingenuas palabras,
con voces que con los más
pésimos argumentos han
sembrado la historia de mil
vidas desperdiciadas.
No lograrán que no me des
la miel de tus labios, el roce
de tus manos, la luz de tu mirada.
Porque estarás conmigo siempre,
estarás aquí en mi casa, en el
trabajo, en la calle, en mi familia,
en mi alma.
Porque eres mi hermano,
eres mi vida,
eres el Mesías, a quien yo esperaba.
Y de ti me enamoro a cada paso,
a cada palabra, a cada
roce de tu piel, a cada
mirada.
Me enamoro en cada
situación, en cada visión
de tu hoy, tu ayer y tu
mañana.
Me enamoro de tu
blancura, de tu saliva
que cura, que sana.
Me enamoro de este loco
amor que me cautivó
antes de que tú me miraras”.
Salutación celebrada el día 24 de septiembre con motivo de la festividad de la Virgen a cargo de María Teresa Guerrero Martín.