Dice el diccionario de la lengua española que antropomorfismo es la atribución de rasgos humanos a un animal o a una cosa; algo parecido a la figura literaria denominada personificación o prosopopeya.
Bien sabido es que, además, se trata de un recurso de lo más efectivo que dentro del género cinematográfico de animación suele conectar con facilidad con los más pequeños de la casa. Y Disney es el gran explotador por antonomasia de esta práctica, Zootrópolis es un nuevo ejemplo. Sin embargo, el gran gigante del entretenimiento no suele conformarse con atraer atenciones de un sector de la sociedad que tienen prácticamente ganado desde antes de escribir el guión, y con esta producción aglutina, adoptando prestado el más puro estilo Pixar, el aplauso de colectivos de espectadores de variadas edades.
La altamente divertida historia nos sitúa en una metrópolis habitada por civilizados animales que viven y se comportan, pobres de ellos, como seres humanos. Así las cosas, enseguida nos topamos con conceptos de otra forma impensables como los de prejuicio, discriminación, ambición o desconfianza. Todos ellos dejan un poso que da para más de un debate sobre la sociedad, que no es asunto liviano, teniendo en cuenta que se trata de cine de animación, ése constantemente subestimado incluso por las propias esferas del gremio.
Pero además de todo lo negativo que acarrea el hecho de parecerse a las personas, la protagonista de nuestra historia, no caigamos en el fatalismo, encarna las también humanas cualidades de la lealtad, el sentido de la justicia, la amistad y la determinación. No está nada mal para tratarse de una tierna conejita que se convierte en agente de la ley en un mundo de rudos y masculinos ejemplares razas con mayor potencial de intimidación. Nadie se la toma en serio, claro está, pero su carrera se anima rápidamente cuando se ve envuelta casi por casualidad en la investigación de un interesante caso. Con la ayuda de un zorro trilero husmeará hasta asociar unas extrañas desapariciones con el despertar de los peligrosos instintos más primarios de la población de la rama de los depredadores. Hasta ahí se puede contar. Se trata este elemento detectivesco de un acertado aire noir que aporta dosis de interés a una trama a priori poco original, pero bien rodeada de detalle técnico, agilidad narrativa y selectos momentos de humor.
Si todavía son de esos que creen que este tipo de cine es un argumento para que el pequeñajo no te dé la tabarra durante un rato, presten atención y ya me dirán si es el infante o el adulto quien se ríe más con referencias como las de ‘El padrino’ o la ya mítica serie ‘Breaking Bad’… A mí me ha parecido sencillamente deliciosa, debo reconocer que pese a los reparos que siempre le he tenido a Disney, ha vuelto a hacer sonar la tecla afinada.