Myriam me comentó que lo que más había deseado en esos días era precisamente hacer un recorrido por los lugares santos, trascendentales para la vida de Jesús, pero que por diversas circunstancias no había podido ser, en particular, el problema de la inseguridad social. Y sin embargo, ahora estábamos pisando la Ciudad tres veces Santa, Jerusalem, que nunca terminas de saciarte de ella, todo al contrario, cuando regresas a tu país de origen, piensas que debes volver una vez más, a cumplir los requisitos que no se pudieron concretar por falta de tiempo.
Como el día era espléndido, la hora muy adecuada, cuando llegamos de Nazaret, sobre las doce del mediodía, domingo, y nos encontrábamos muy cerquita del Santo Sepulcro, decidimos dejar las maletas en la recepción del hotel y no perder el tiempo en otros asuntos, ya que éste era el más importante que llevábamos entre manos: pasar en el Recinto Sagrado un par de horas que necesitábamos como el comer.
Las mujeres que seguían a Jesús estuvieron con Él allí firmes, no lo abandonaron en las horas cruciales próximas a Su muerte: “Junto a la Cruz estaban Su Madre, la hermana de Su Madre, (su cuñada, esposa de Alfeo, hermano de José), María, mujer de Clopás (Cleofás), María Magdalena…” Juan,19,25. Pues nosotras nos agregábamos también en esos momentos al grupo femenino tan necesario para el Señor en aquellos momentos.
Luego bajamos a la parte inferior del Gólgota, donde Lo clavaron en la Cruz, y que la gente lo visita de paso, sin pararse. Nosotras nos quedamos allí estáticas, mudas, en nuestros pensamientos, todo el tiempo que creímos oportuno. El valor de la experiencia es individual, cada cual tiene la suya propia y nosotras coincidíamos en muchos puntos en aquellos instantes. El lugar es donde a Jesús Le quitaron las ropas y lo clavaron en la Cruz.
Apenas si había peregrinos por las calles, y tampoco encontramos a muchos dentro del Conjunto Religioso, pues la gente tiene miedo a encontrarse con algún imprevisto, y las intifadas se suceden con frecuencia. Nosotras reconocimos un premio estar allí, recorriendo los espacios donde ocurrieron los últimos acontecimientos que vivió el Señor en ese lugar. Sentadas en un banco que pertenece a la capilla ortodoxa griega, en esos momentos cumplimentaban sus ritos y oraciones los sacerdotes armenios, vinieron dos de ellos con vestidos a la manera tradicional, muy vistosos, y nos aspergieron agua bendita en abundancia, todo un lujo para nosotras, pues hemos de recordar una vez más lo importante que resulta una bendición de manos de un sacerdote.
Luego, otros dos que eran ortodoxos llegaron a orar echando incienso en todo aquel ambiente tan místico y recogido. Nos fuimos a almorzar a uno de los pequeños restaurantes árabe- palestinos próximos al Lugar.
Allí no existe la complicación de vida, nos ofrecieron unas pizzas muy simples, untadas con aceite de oliva y espolvoreadas con saatar, de sabor exquisito, semillas de una planta que dicen refuerza la memoria y la suelen usar mucho en las comidas. No tenían mucho más que ofrecer. A mí me parecieron riquísimas con el té. Luego regresamos a descansar a la Casa Nova, cerca de todo aquel Recinto de la Ática, donde nos encontrábamos. Quien no ha experimentado la belleza de Jerusalem, quizás no pueda entender cómo Myriam y yo estuviésemos tan felices en medio de la sencillez más absoluta, pues esta Ciudad es toda ella un monumento arqueológico.
De los lugares que visitamos, Jerusalem es lo máximo. Las vivencias de aquel lugar fueron entrañables, por ello merecen tanto el recuerdo….
Jesús y los Suyos están en el Lago y han tomado dos barcas para pasar un rato de paseo. Es un día luminoso, corre un viento fresco y el agua está serena. Entre una y otra barca se intercambian comentarios unos con otros, pues las barcas navegan muy juntas. Jesús está sentado en la proa, absorto en Sus pensamientos, no interviene en la conversación que se ha entablado entre los discípulos. A lo lejos se ven poblados de blanco por las riberas del Lago, que combinados con los verdes de los campos, dan una vista panorámica preciosa al conjunto. Pedro se deshace en atenciones con su Maestro, pero Él no desea nada, así que el discípulo no insiste más y lo deja tranquilo.
Unas cuantas barquitas pasan junto a las embarcaciones de los amigos de Jesús. Se oyen risas insulsas y se desprende de las barquitas olor a perfumes caros. En ellas van romanos de alcurnia, y gente nativa adinerada. Están acompañados de mujeres jóvenes y bellas, bien vestidas, y con preciosos aderezos de oro y piedras preciosas. Una de ellas es María de Mágdala, la han reconocido algunos discípulos, pero es Judas quien lo advierte. Va recostada sobre cojines bordados y abrazada a un romano que le habla sensualmente. El viento ha arrastrado la barca hacia la de Pedro y le ha faltado muy poco para un peligroso y convulsivo choque, por lo que el discípulo entabla una disputa con los romanos que gobiernan la embarcación. Jesús va ausente, mirando a lo lejos como si nada ocurriese. Una mujer le echa una flor a Jesús, pero Él no se inmuta. Magdalena se pone de pie en la barca y junto a una amiga hablan de Ese Rostro sereno que les ha llamado la atención. La joven rubia y hermosísima es hermana de Lázaro, comenta Judas. Le pregunta por ella a Zelote, por si la recuerda, pues él conoce bien al hermano. Simón se excusa, porque dice que ha estado largos años en las cuevas de los leprosos, y por aquel entonces ella era una niña. Pero Judas insiste en que esta joven está en boca de todos, “¡es un auténtico escándalo! Por eso Lázaro está encerrado en Betania y no pone el pie en su hermoso Palacio de Sión”. Pero el Zelote no contesta a sus provocaciones, sólo dice que su madre era una santa. “Y su hermano es un hombre honrado”, remata. Pedro interviene a las insinuaciones de Judas. Dice a Zelote que él es también un hombre honrado. “Seguro que tú, Pedro, cuando vas a Mágdala a vender pescado, la has visto por allí”, ríe Judas con malicia. Le recrimina Pedro que sea así de intrigante, pues él, hombre mayor y con esposa, no piensa en las mujeres, sino que vive castamente en su casa. “Cada uno debe estar en su lugar, para no morir de mala muerte”…
Hay una disputa entre ambos, porque Judas es un provocador y quiere enzarzarse en una discusión, echando más leña al fuego. Incluso llega a decir que a quien ella miraba fijamente era al Maestro. Ni Jesús ni Zelote dicen palabra alguna. El Maestro pregunta si “aquello” es Tiberíades, para desviar la conversación. “Sí, Maestro, aquello es”, dice Pedro. Jesús le pide que vaya hacia la playa, pero dice el discípulo que aún quedan unos quince metros.
El Rabí ordena que paren las barcas, porque va a hablar. “No soy Maestro despreocupado, que no está pendiente de Sus discípulos, así que he escuchado vuestras conversaciones, pues Mi alma no os abandona ni un instante. Habréis observado que cuando un médico tiene a un enfermo, estudia los síntomas raros del paciente. La enfermedad oculta tiene que curarla. Pues bien, os tengo unidos a Mí con hilos invisibles, que me transmiten las más leves vibraciones de vuestro yo. Sois libres para pensar, aunque Yo no os pierdo de vista. Formáis un grupo complejo, que hay que estudiar en todas sus características particulares, hasta conseguir un único objeto perfecto. Vosotros sois la sal de la tierra. Con la sal se guardan la carne y el pescado, para que no se corrompan. Quiero salar al mundo con vosotros, pero si perdéis vuestro sabor, ¿cómo la vais a salar? Lo que hace que perdáis el sabor Celestial es el mundo. El agua del mar no se puede beber, mas si un vaso de ésta se diluye en agua dulce, pierde su propio sabor. Igual os pasa a vosotros, si vuestra misión la dejáis perder bajo la avalancha de cosas y sentimientos humanos. Vosotros sois la luz del mundo. Os escogí para que iluminéis al mundo, después que Yo regrese al Padre, ¿cómo podréis dar luz si sois linternas apagadas, o llenas de humo? Pobres de aquellos que buscan a Dios, se dirigen a los apóstoles, y en lugar de luz reciben humo. Serán un escándalo en el mundo. El Cielo también los verá como apóstoles indignos. Sois privilegiados al estar Conmigo, pero vuestro compromiso y responsabilidad es grande. Recordad que quien más obtuvo, más está obligado a dar, y vosotros tenéis lo máximo que da el Cielo. Yo soy el verbo de Dios, os instruyo. Y vosotros, como don de Dios, tenéis el don de ser discípulos, continuadores del Hijo de Dios. Me gustaría que meditaseis en ello, y si alguno no cree ser fiel, no se siente con el valor del apóstol, que se marche. El mundo es para quien lo ama, ofrece lo que queráis para los sentidos. Yo sólo ofrezco SANTIDAD, que es estrecha, pobre, y sin sabor, con espinas y persecuciones. Pero en el Cielo la santidad se vuelve inmensa; su pobreza es riqueza, y sus espinas son una alfombra de flores. Allí no existe rigidez alguna, sino terreno liso y suave. Y la persecución se convertirá en paz. Yo sé que aquí sólo puede ser santo el héroe, pero sólo os ofrezco santidad. El que se sienta con fuerzas para seguirMe se alegrará al final. Mi corazón llora al deciros esto, pero aún no respondéis a vuestra vocación con sinceridad y honradez. Por eso, antes de traicionar, mejor es que os vayáis, porque quien Me traiciona, traiciona al Padre… Traicionaríais vuestra alma y la entregaríais a Satanás. Si queréis permanecer hebreos, no traicionaréis ni al Mesías ni a Dios. Nadie os señalará ni os criticará. Pero al estar separado de nuestra unión apostólica, sería como una gangrena y dejaría una señal dolorosa que procuraríamos esconder”.
El Señor ve que sus amigos lloran, aunque Judas esquiva encontrar su mirada con la de su Maestro, no se siente cómodo. El Señor les pide que no lo hagan, que no lloren, pues Él no guarda rencor, aunque sean lentos en comprender. “No os puedo exigir que seáis perfectos. Con los años estaréis más curtidos en el conocimiento. Os aseguro que venceré, y vosotros, una vez purificados seréis mis héroes. Héroes del Mesías. Héroes de Cielo. Vuestro sacerdocio tendrá más poder que el de los césares, aunque seáis los pobres pescadores de Galilea, unos desconocidos judíos, seréis más célebres y aclamados que el César. Seréis benditos hasta el fin del mundo. Os elijo porque sois sinceros, y os doy el carácter de Apóstoles. Seréis incansables peregrinos en busca del extraviado. Tened vuestras cinturas ceñidas, preparados con vuestras lámparas encendidas, dispuestos a partir acudiendo al que está por llegar. Tendréis que señalar el camino a los que no saben cómo llegar al redil del Mesías. Pero debéis ser fieles al Dueño de la Misión. Quien siempre esté en alerta, y la muerte le llegue en estado de Gracia, será premiado. No digáis: “soy joven. Tendré tiempo de hacer esto o aquello más adelante”. Pensad que el alma puede morir antes que el cuerpo y entonces cargaréis con un alma corrupta, putrefacta. Y el alma muere como una flor, sin grito, sin convulsión. Silenciosa. Algunas veces el cuerpo se da cuenta que lleva dentro un cadáver con gusanos, y muere de espanto. Y cae en el infierno. No podéis luchar con dos clientes opuestos. A Dios no se le hace burla, ni se le engaña. Y si ofendéis a los hombres, ofendéis también a Dios. Sed humildes, no echéis en cara a vuestro Maestro lo que no se merece. Sed humildes, dulces y pacientes, que Yo os doy ejemplo. El mundo se conquista con humildad y paz; no con violencia. Sed fuertes y enérgicos contra los vicios, quitando, arrancando toda la podredumbre de vuestro corazón. Ya os advertí que cuidaseis de las miradas; más vale ser ciegos que ser lujuriosos. Sed sinceros, como Yo os enseño, pues soy la Verdad. ¿Por qué andar con engaños Conmigo o con vuestros hermanos? Muchos creerán engañar a Dios con oraciones largas y que todos las vean. ¡Pero Dios ve el corazón! Sed sencillos y puros cuando hagáis limosna. Mirad a Mateo, publicano.
Antes de su conversión daba una oferta semanal, para ayudar a los pobres, que sólo Yo y el Padre sabíamos. Hay que hacer el bien en silencio. Sed esposos fieles a Dios en vuestra vocación, pues no podéis servir a dos señores. En el lecho nupcial no puede haber dos esposas. Dios y Satanás no pueden convivir juntos. Rechazad el hambre de oro, de carne y de poder. Contentaos con poco; Dios os da lo necesario y basta. Mirad las avecillas del aire, que no les falta de nada…Y vosotros valéis más que ellas. Tened confianza en Él y sed parcos, austeros, pues tendréis el pan de cada día. No seáis paganos, amando más el oro y el poder, que a Dios, ya que así pareceréis semidioses. Sed santos, semejantes a Dios en la Eternidad. No seáis intransigentes, sino llenos de compasión y perdón con los demás. Así os gustaría que os tratasen a vosotros. ¡Por favor os lo pido! No juzguéis. Ya veis cuántas veces soy Yo juzgado y acusado de pecados que no existen. El mal juicio es una ofensa. Absteneos de ofender y no faltaréis a la caridad, ni a la humildad, ni a la castidad, que son enemigas de Satanás. Perdonad continuamente y decid: “Padre, yo perdono, para que Tú perdones mis innumerables pecados”. Procurad sed mejores cada día, con paciencia y firmeza, siendo héroes. Ganaréis el Cielo como premio. ¿Es que es duro ser bueno? Amad a todos y pedid al Padre que os purifique constantemente. La tierra está reseca y enferma. Pero el rocío divino es necesario. Este rocío ablanda la tierra y la limpia toda”. Jesús está emocionado e inspirado. De pie en la barca, con los brazos en Cruz, mirando al Cielo, en medio de un Lago intensamente azul. Pronuncia. “¡Padre, Padre, Padre! Mira a Tu Cordero y sé Su Santificador”, mientras los discípulos, incluido Judas, con los ojos cerrados y sus caras dolientes, parecen estar ya en el Cielo Eterno.
BIBLIOGRAFÍA: “El Evangelio tal como me ha sido revelado”. María Valtorta. T. II