Un artículo acerca del desmantelamiento progresivo y continuo que ha sufrido nuestra ciudad, a manos de políticos pocos sensibles a la herencia histórica que nos dejaron nuestros mayores.
A veces, no valoramos a las personas hasta que éstas faltan de nuestro entorno por alguna circunstancia, o nos dejan definitivamente. Sí; muchas veces, criticamos a las personas sin saber en profundidad la motivación que ha hecho que una persona actúe de una manera que a nuestro parecer no es la más acertada. Y, sin embargo, en su ausencia, comprendemos el enorme vacío que nos dejan y la tristeza de su alejamiento.
Carmen Echarri -la directora del Faro-, es una de esas personas que no está -a mi juicio- lo suficientemente valorada en su labor diaria de dirigir el periódico decano de nuestra ciudad. Y, no se valora su labor valiente y abierta en mostrar los problemas que acucian cada día a Ceuta. Y, hemos de decir y decimos: que su labor periodística la ejerce con una objetividad que sorprende por no inclinarse por ningún partido ni asociación determinada, que hacen de ella un buen termómetro para saber cómo se halla la temperatura de la calle.
Y, pareciera que para amar a esta ciudad se tiene que haber nacido necesariamente en ella, y estar ciegamente de acuerdo con todo que propugnan las erráticas políticas de sus gobernantes, que un día sí, y otro también, nadan en las turbias aguas de la ambigüedad.
Sin embargo, para amar a nuestro pueblo no hace falta haber nacido en él: sino saber de su historia y tradiciones, gozar con la indescriptible belleza de las originarias siete colinas, y sentir en el alma el cambio continuado del paisaje urbano, que nos hace sentirnos cada vez más ausentes en cada paso que damos por nuestras calles y paseos.
Nada más bajar del “correo”, sin apenas tiempo para aún disfrutar del aire de nuestra tierra, ya nos pregunta por lo “bonita que está Ceuta con tanta flor en las calles”. Y, a mi parecer, Ceuta no tiene que estar adornada con tanta flor que pareciera una postal de papel “cuché”; sino que Ceuta tiene que ser una capital habitable con jardines donde mejor crezcan las rosas y las madreselvas, y tenga un futuro previsible para sus ciudadanos en los próximos quince, veinte o treinta años…
Y basta dos de los últimos artículos escritos por Carmen, para darse cuenta del amor incondicional que siente por nuestra tierra y lo acertado de su crítica. En uno va desgranando la mutilación constante de nuestro patrimonio histórico-cultural que, las autoridades políticas de nuestro Ayuntamiento han ido “inmisericorde” destruyendo; hasta prácticamente no dejar nada de aquel paisaje urbano que los viejos del lugar echados en la balaustrada de la Marina, del jardín de San Sebastián o del Paseo de las Palmera (calle la Muralla), podían contemplar en toda su belleza, el mar de espejos azules que llegaba y lamia el mismo cantil de dichos paseos…
Nuestras autoridades, todo lo han hecho banal y artificioso, premiando lo circunstancial e impersonal, en detrimento de lo antiguo y de todo aquello que pudiera recordarnos nuestra historia y nuestro hermoso pasado. Y, volvemos a repetir la palabra “premiar”, porque es claro que han premiado el derribo de barrios enteros que eran el ADN de nuestro pasado reciente, para recrear lo que ellos consideran una ciudad pujante de hormigón, acero y asfalto, como si nuestra ciudad fuera un remedo menor, pongamos, de New York.
Nada ha quedado del barrio del Asilo Viejo, ni de la Casa Misericordia -sucursal de la matriz de Lisboa-, salvo un letrero con un dibujo de aquella Casa; nada ha quedado salvo el nombre de aquel recoleto y entrañable Pasaje Fernández (Patio Pascual), que bien pudiera haber sido el último patio a enseñar de aquella arquitectura de pasajes y de patios de la Ceuta del siglo XVIII, XIX y XX. Y, nada quedara de los pasajes del Cebollino, ni de los patios de las calles Sevilla, Molino, Canalejas alto, ni del pasaje Alhambra, Ideal, Estrella, Tetuán, Diamante, Las Heras, o los pasajes Recreos, que daban todos al Recinto. Y, cuando nada quede, nada, podremos enseñar a las venideras generaciones que habiten la ciudad. Y, nada tampoco podremos enseñar a los que nos visiten; y, nada, por consiguiente, podremos enseñar a aquellos que deseen saber acerca del pasado de nuestra capital.
En nuestro municipio todo es transitoriedad, todo se compra, todo se vende, nada permanece, todo fluye, se mueve, discurre, se lanza, mana, se atraviesa, brota, corre, transcurre, marcha, se desarrolla, se desenvuelve, germina, nace, se rebrota, circula, anda, sale, asoma, se manifiesta, emerge, aflora recorre, nace, transita, deambula, se propaga, se difunde, divulga, retoña, y se cambia en un devenir constante, que pareciera que el ser de Heráclito se hubiera adueñado para siempre de nuestra urbe, para nunca descansar del continuo trajín de cambio permanente…
Ceuta pudo elegir ser una ciudad como Toledo, Ávila, Zamora y Cádiz…; o, tener, pongamos -por su cercanía-, los centros históricos de Sevilla o Córdoba. Sin embargo, eligió otro tipo de ciudad donde lo antiguo, lo primigenio no tuviera la suficiente relevancia para imprimir carácter y personalidad al desarrollo urbanístico de nuestro municipio. Por el contrario, el camino a seguir no fue la “restauración” -palabra desaparecida en los diccionarios de nuestra bibliotecas- fue la destrucción sistemática de todo lo antiguo y, una vez la piqueta hubiera convertido el edificio en un solar, elevar hasta las nubes moles de acero y cemento especulando con el suelo. La manzana del “Revellín” donde antes había la bonita estampa de un cuartel típico del siglo XIX, que le daba singularidad y belleza al paseo de la calle, ahora hay unos muros blancos del edificio allí construido, que no se adecuan ni armonizan con el conjunto histórico del paseo principal de nuestra ciudad.
Los políticos de Ceuta ya eligieron su modelo urbanístico que, de manera inexorable, va imponiéndose en nuestras calles. Y el modelo no es otro que el construir verticalmente, hasta que toda la ciudad sea un enorme bloque de cemento sin apenas espacio para zonas verdes. Cada vez van quedando menos zonas de arbolado, que hicieran de Ceuta aquí y allá una población llena de verdor; de tal modo, que nos basta poner de ejemplo a aquel monte Hacho virgen de edificaciones que, ahora, en los últimos años, la cara de poniente según se baja de San Antonio, se ha ido llenando de construcciones donde antes sólo crecían pinos y jarales.
Si echamos la vista hacia adelante y nos situamos en los próximos veinte años, la imaginación bien pudiera mostrarnos el paisaje urbano de nuestra ciudad. Y, aquellos que hemos visto con desapego el modelo urbanístico de nuestra capital, no nos quedan dudas que habrá que ir a las viejas fotografías y al “Archivo General de Ceuta” del Ayuntamiento, para reconocer si nos encontramos en Ceuta o en cualquier otra población cuyo nombre desconocemos.
Y, retornando al inicio donde apuntaba los dos magníficos artículos escritos por Carmen*, uno, aquel que citaba el poco interés por la conservación de nuestro patrimonio cultural, lo acabo de relatar; y, el otro, que citaba la obviedad de la ausencia de los ceutíes en sus fiestas, pongamos la Semana Santa, lo dejaremos para otro momento y otro próximo artículo en que esta cuestión ocupe nuestro tiempo…
(*)1.- “La Ceuta que se pierde”.(22 de marzo): Los residentes marchan y los que pudieran venir no lo hacen porque no es momento para sufrir un atraco como el que, a diario, se comete en un Estrecho convertido en la autopista más indecentemente cara. No hay derecho, pero es algo que seguimos sufriendo.
La Ceuta de antes se va perdiendo hasta el punto de convertirla en una ciudad fantasma, con la capacidad de atracción mermada, en la que nos vemos incapaces de erigirnos en punto de referencia turística de cara al exterior
2.- “EL puentecito”(27 de marzo): Sí. Ceuta está muy bonita. ¿Eso nos dicen, no? Yo cambiaría el verbo. Sí, Ceuta es bonita. Mejor. Pero quienes mandan y quienes mandaron no han hecho que luzca como debiera.
…No escribo estas líneas desde la necesidad de hacer una crítica porque sí. Las escribo desde la tristeza de ver cómo se manejan determinadas inversiones, de contemplar cómo se ejecutan obras carecientes de sentido alguno que más bien surgen del impulso y la querencia de unos pocos y de quienes aplauden cualquier inversión sustentada únicamente en el antojo. ¿Es que nadie es capaz de ver más allá?
(Carmen Echarri)