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Verdaderamente Dios debe ser español

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En una sociedad que se autodenomina de la información, los políticos son fiel reflejo de quienes los eligen. Hoy día, con la enorme cantidad de medios digitales que existen, nadie puede negar, candidez aparte, que desconocía tal o cual intención política, o esta o aquella fechoría que el taimado de turno cometió desde el primer momento que se arrimó a la auténtica olla gorda, que es eso de vivir de la política.

A estas alturas de la democracia hay que ser muy ingenuo para ignorar que la corrupción, especialmente la vinculada a la financiación de los partidos, es un mal endémico de nuestro sistema, una sombra de la que no escapa ninguna formación, ni las viejas, ni las de nuevo cuño y vetusta ideología. Que los unos no pueden estar increpando por los mil euros de Rita y callar como rabizas por los cinco mil de pobres de solemnidad anónimos, que con el “pitufeo” han donado a Podemos.
Ya el sabio refranero español anuncia que “mal de muchos, consuelo de tontos”, y no sé porqué pero me parece que a quienes se les ha quedado cara de tontos es a la mayoría de españoles que no tenemos dinero para colocarlo a buen recaudo en paraísos fiscales, como Panamá o Gibraltar, antes de que Montoro nos lo incaute para financiar las tropelías de los corta bolsas del separatismo catalán.
Todo esto no es más que el fruto de un Parlamento que ha alcanzado su nivel más bajo. Un Parlamento que acordó (en eso si se ponen todos de acuerdo) unas vacaciones de Semana Santa de 21 días, pese a que no ha sido capaz de lograr ningún pacto de gobierno. No han hecho prácticamente nada desde que se constituyó. Pero, qué esperar del elevado número de diputados de vocación temprana por el servicio público, que no es otra cosa que un eufemismo para manifestar que no han tenido trabajo alguno que no sea la política.
Aunque la coronación del bajo nivel político lo alcanza la formación nazarena y sus compañeros de travesía, que cuentan entre sus distinguidas filas, desde asesores del régimen dictatorial de Chávez, exmiembros de ETA, condenados por irregularidades en la Administración Pública, detenidos por tráfico de drogas, delitos contra el patrimonio histórico de España, hasta encausados por agresión a policías y guardia civiles; corrupción aparte.
Por eso, no es de extrañar que un Rufián algo sandio y atolondrado nos insulte con su radical y quimérico discurso; o que una guerrillera uruguaya que formó parte del aparato militar de la organización terrorista “tupamarus” pretenda enmascarar su violento pasado como refugiada política.
Sí. Este país lo aguanta todo, hasta que Ana Surra, diputada del Congreso, que llegó hace 18 años a España desde Uruguay pasando por Francia, defienda la acogida de refugiados, pero no la apertura de fronteras en una Cataluña en la que arduamente trabaja por desconectarla del resto de España.
Para soportar todo esto, verdaderamente Dios debe ser español.


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