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Una Teoría sobre el turismo

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La atonía es la característica que mejor puede definir el estado actual de nuestra vida pública. Más allá de un impostado debate articulado en torno a efímeras ocurrencias dispersas e inconexas, no existe ni una sólo idea sobre cómo enfocar el futuro. Ceuta es un proyecto de Ciudad incompleto e indefinido.

Nos movemos en una confusa mezcolanza de recuerdos, ensoñaciones, negaciones y frustraciones. Esta situación no es nueva, el problema es que, el panorama se ensombrece cada vez más. Ceuta (y Melilla) han sufrido un apreciable descenso en el orden de prioridades de nuestro país. La estrecha cooperación con Marruecos para afrontar la inmigración que busca Europa, y la alianza para combatir el terrorismo internacional, han relegado los intereses de Ceuta (y Melilla) al último rincón posible. Este hecho, indubitado, refuerza un sentimiento de impotencia ya de por sí muy arraigado. Aunque lo neguemos con la palabra, la actitud generalizada es la de un pueblo que ha pedido la confianza en sí mismo. No nos vemos capaces de remontar en ninguna dirección. Falta convicción, compromiso y generosidad. El auténtico drama se cuece en el subconsciente. La Ceuta acomodada no quiere, y la Ceuta precaria no puede. El resultado de esta funesta combinación es la deserción colectiva. Diríase que todos nos hemos marchado de Ceuta. Transitamos por sus calles como extraños, desubicados y dubitativos, cada cual envuelto en su propio mundo ajeno por completo al devenir colectivo de una comunidad inexistente.
Este diagnóstico es fácilmente reconocible en cada uno los ámbitos sociales que queramos analizar. Nos centraremos en esta ocasión en el económico. Nuestra estructura productiva es cada vez más débil. Era algo fácilmente predecible. Estamos entre dos potentes polos de desarrollo económico (Tánger y el Campo de Gibraltar) frente a los que la competencia es, sencillamente, imposible. Nos hemos terminado adaptando a un modelo que en su propia naturaleza contiene el germen de la autodestrucción. En Ceuta vivimos de los Presupuestos del Estado (en proporción creciente), de la economía irregular (contrabando y empleo clandestino), y de una oferta atractiva por su calidad (momentánea) para la clase media emergente de Marruecos. Toda la actividad privada tiene los días contados. El desarrollo del norte de Marruecos puede situar el límite temporal en torno a quince años.
Es cierto que cambiar esta realidad es harto complicado. No se puede minimizar la magnitud de este problema. No sólo se trata de implantar un tejido productivo alternativo suficientemente competitivo en unas condiciones absolutamente desfavorables (lo que ya de por sí es casi una utopía), sino que además tenemos que hacerlo venciendo unos obstáculos políticos, casi insalvables (el permanente veto de Marruecos aceptado sumisamente por España y la Unión Europea).
Pero lo que sí es criticable, porque sí es imputable a nosotros mismos, es la inacción. En la última década (podríamos fijar cualquier otra referencia) no se registra ni una sólo iniciativa que merezca tal consideración. No es que hayamos fallado, es que ni siquiera lo hemos intentado. Toda actividad en esta materia  se reduce a una fútil palabrería. Un debate en el que los gobernantes se esfuerzan en destacar logros ficticios, la oposición centra todo su esfuerzo en  intentar inculpar a los Gobiernos y fantasear desde la irresponsabilidad; y lo que es aún peor, una clase empresarial incompetente, descolocada y egoísta, incapaz de aportar nada, pide y pide insaciablemente. La conclusión a efectos prácticos es la nada. Adornada de una cómica petulancia, para mayor escarnio.
Observemos la evolución de uno de los sectores señalados unánimemente  como uno de los (pocos) pilares de un hipotético modelo económico alternativo: el turismo. Tema recurrente, sobre el que todo el mundo habla y opina. El Gobierno para camuflar el desastre cuenta como turistas hasta los cuerpos y fuerzas de seguridad desplazados de la península; la oposición augura futuros paraísos turísticos que nadie cree; y los empresarios de Ceuta huyen del sector como de la peste. El resultado no puede ser peor (utilicemos como prueba el movimiento de la Semana Santa, periodo turístico por excelencia). Si nos conformamos con el “turismo de ocio” procedente del norte de Marruecos es que no hemos entendido nada. Visitantes y turistas son conceptos diferentes. Las corrientes de visitantes que se acercan a la Ciudad por motivos diversos hay que potenciarlas y cuidarlas; pero eso no nos convierte en un destino turístico. Para ello es preciso movilizar flujos, y hacerlo de manera planificada, organizada y constante en el tiempo. Por increíble que pueda parecer, Ceuta carece de política turística, más allá de visitar ferias, poner anuncios, y hacer propaganda (como los últimos treinta años).
Con la intención (ilusa) de intentar algo nuevo, avanzo una teoría. En primer lugar, es preciso partir de una  realidad difícilmente cuestionable. Ceuta no puede aspirar a ser un destino turístico por si mismo. Por muy bonita que nos parezca a nosotros. Un simple paseo por zonas próximas (la costa gaditana, la costa malagueña, o la zona norte de Marruecos), nos da un baño de realidad demoledor. Nadie en su sano juicio planificaría unas vacaciones pensando en Ceuta antes que en cualquiera de esos lugares (y dejaremos el margen el manido tema del billete del barco). ¿Quiere eso decir que no tenemos solución? Pienso que hay alguna posibilidad.
El turismo, como toda industria, tiene sus propios registros. Los operadores saben cómo “mover” a la gente según sus intereses. Tendríamos que lograr que uno de los grupos dominantes incluyera Ceuta como un elemento de “alguno de sus lotes”. La proximidad a zonas de primer nivel haría factible esta estrategia. Pero es requisito indispensable para ello que el grupo empresarial tuviera unas expectativas razonables de beneficio en la operación. Nadie se mueve en unos mercados extremadamente competitivos por otro motivo. Se trataría de poner en manos de un operador de garantías  la posibilidad de explotar nuestras posibilidades turísticas. Es la aplicación del modelo que se utiliza en las productoras de cine. Venden las películas por lotes. La superproducción arrastra de otras de menor categoría. Ceuta no puede atraer por sí misma un flujo consistente de turistas; pero sí puede ser un destino secundario vinculado a otros de mayor rango por quienes saben y pueden hacerlo. Merecería le pena intentarlo. Pero no sucederá. Falta ambición y sobran demasiado intereses particulares.


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