Ayer volvíamos a contarles lo que está sucediendo en el Tarajal. Digo bien, lo que está sucediendo. Porque a esto de las avalanchas y el caos nadie ha puesto todavía un freno adecuado. Solo parches, una especie de tiritas que aguantan la herida lo que pueden pero que no curan. Es como si nada importara. Tenemos una playa en la que ni el letrero se respeta, termina por los suelos y se permite una ocupación permanente mientras, de forma irrisoria, una máquina intenta preparar el arenal. De locos. ¿Si esto pasara en La Ribera?, me preguntaba el otro día. Imposible, nunca se permitiría.
Pero de la Almadraba a la frontera entramos en territorio comanche. Las autoridades hace tiempo que dejaron de pisar el acelerador y permitieron que barriadas dignas, de gente buena y trabajadora, se fueran difuminando hasta el punto de no saber ni qué tenemos dentro. Las infraestructuras son pésimas, tercermundistas... la imagen atrasada casa con un espacio fronterizo de miedo que por las noches llega a ser fantasmagórico, con mujeres expuestas a todo, durmiendo entre cartones, sometidas a todo tipo de extorsiones. Porque sí, porque el cobro del impuesto revolucionario se sigue estilando en los alrededores del polígono, sin que se le haya dado una solución. Nos venden humo, nos mienten y nosotros lo permitimos. ¿Cuántas comparecencias se nos han organizado para decir que el tráfico de mercancías está solucionado?, ¿que las avalanchas no son tales?, ¿que la inseguridad ya es casi inexistente? Nos mienten y lo permitimos. Y hoy, después de denunciar caos, presiones, tercermundismo... todos callan. El Gobierno se esconde, la oposición duerme. De nuevo somos fantoches.