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Extremadura en primavera

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La tierra que a cada uno nos vio nacer, el solar querido donde la apacible virtud meció de niños nuestra cuna, ése es uno de los vínculos más fuertes y que mayores sentimientos despierta a las personas, junto con el cariño de la propia familia. Por eso, a buena parte de los humanos nos sucede que hay varias cosas que nadie nos las puede tocar para mancillarlas, que son nuestra tierra, nuestra familia y nuestra honra.

La propia tierra, porque fue la primera que nos dio cobijo y sustento, también en la que dimos nuestros primeros pasos, la que desde la niñez nos fue dando configuración y arraigo a través del entorno, la familia, la escuela, los amigos de la infancia y las demás personas que nos han rodeado en esa corta edad que va de los diez a los quince años en la que tanto se graban las cosas. Así fue como de niño a mí me nacieron las primeras sensaciones, los primeros sentimientos, las costumbres, las tradiciones, el apego hacia el lugar, la forma de ser, de sentir y de pensar, y también mi hondo espíritu extremeño. Por eso, el gran poeta andaluz, amante de su tierra y de la naturaleza, Antonio Machado, nos dejó dicho aquello de que: "No hay persona bien nacida que no ame a su pueblo". Y es por ello que, tras haber regresado de estar un mes en mi querida Extremadura, llego con las pilas recargadas hasta la próxima vez que la visite, porque estando en ella siento que se me ensancha el corazón y me crecen los sentimientos y el espíritu extremeño. Y es por eso, que hoy me voy a tomar la licencia de referirme a los muchos encantos que a la tierra extremeña le dieron nuestros antepasados y la naturaleza, recreándose en ella.
Y es que, cuando en Extremadura llega la primavera, los campos extremeños estallan de verde, de luz y de colores, sobre todo, cuando el mes de marzo es lluvioso, como allí ha ocurrido este año, que el paisaje aparece todo vestido con sus mejores galas verdes, presentando una densa y variada gama de colores y una panorámica de contrastes maravillosos que hacen impresionante su belleza. Hay luego otro aspecto natural que destaca y lo domina todo en Extremadura, y es la intensa claridad que se percibe, producida por ese sol radiante que en cuanto llega la primavera casi siempre luce en todo su entorno. Esa claridad nítida de mi tierra ilumina todo el ambiente y lo transparenta, pareciendo como si los rayos solares esculpieran con su luz el espacio y los objetos para presentarlos más bellos. Por estas fechas están también las sementeras espigadas y en fase de granación, meciéndose suavemente en las mañanas tempraneras a modo de como si fuesen olas del mar en tierra, que al impulso de la brisa tempranera se mecen para uno y otro lado al unísono, pareciendo como si unas vienen y otras van. Todo eso no son sino brotes de vida que nacen de la propia tierra extremeña, poniendo en el ambiente notas de paz, armonía y sosiego, pudiendo estar tranquilo y en contacto pleno con su mundo natural, que tanto alegran el ambiente y ponen ante nuestros ojos algo así como si fuera una alfombra verde a nuestros pies tendida, más la sensación de tener ante sí las distintas tonalidades del color de las flores, que allí se hace todavía más pronunciado y omnipresente por la frondosidad que presentan las dehesas, destacando también los verdes trigales, que en esta época comienzan ya a mostrarse inflamados de espigas en grano.
Y por entre los cerros, llanuras, valles, cañadas, eriales y regatos, se perciben también el olor fresco que desprenden la hierba, la exuberante vegetación y el perfume de las flores. Y también se respira en la querida tierra extremeña un ambiente puro, limpio y sano, alejado del mundanal ruido y de la polución atmosférica. Todo ello, en medio de la tranquilidad, quietud y paz que se vive en de la soledad del campo y de sus profundos silencios, que sólo se rompen con el trino armonioso de los pajarillos, como cuando entre los árboles y los matorrales revoletean y se oyen el arrullo de la tórtola, el canto de la perdiz, de los jilgueros, de las alondras y los ruiseñores, y por los tejados pían las golondrinas y los gorriones; o también cuando en medio de la hierba fresca cantan los grillos, poniendo todos en el ambiente esas notas melodiosas de alegría, riqueza y colorido que elevan el espíritu y relajan los cinco sentidos. Cuánto he disfrutado durante un mes entreteniéndome por el campo entre Mirandilla, mi pueblo, y El Carrascalejo, cogiendo espárragos, cardillos (tagarninas) y criadillas (patatas silvestres), que hacen tan exquisitos platos. Y otras veces simplemente paseándome por los caminos entre las dehesas con mi buen amigo y mejor persona todavía, Cándido Andrades Esteban, que sirvió allá por los años 1957-58 en Ceuta, haciendo el antiguo servicio militar en Regulares, y todavía recuerda todos y cada uno de los preciosos lugares de esta hermosa ciudad, de la que guarda buenos recuerdos y especial cariño.
Todos esos lugares de Extremadura presentan en esta época de la primavera toda una fuente de vida vegetal con la que la naturaleza parece haberse combinado para dotarla de un espectacular encanto y de una singular belleza. Y luego están sus frondosos, densos y extensos encinares, que presentan una vegetación que viene a ser algo así como el pulmón natural por el que los extremeños respiran. Con razón dicen algunos de nuestros socios comunitarios que las dehesas de Extremadura son la reserva ecológica de Europa. Quizá esa estampa señera y señorial que la encina presenta haya podido ser la causa de que en ellas se hayan inspirado escritores y poetas. Así, Jesús Delgado Valhondo, el poeta de Mérida, decía que como mejor se inspiraba para rimar sus versos sobre la naturaleza era cuando estaba a la sombra recostado sobre el tronco de una encina. Otro escritor y poeta extremeño, Luis Álvarez Lencero, presenta así una de sus estampas extremeñas: "Anchos atardeceres de nuestra tierra/ bravos campos de Extremadura/ mares de trigo y ejércitos de encinas/ y rebaños de ovejas como espumas". Y no es que el canto poético a las encinas sea una mera simpleza extremeña, porque otros afamados poetas que no eran originarios de aquella tierra también recogieron en sus versos esa misma sensibilidad. Leopoldo Panero, poeta leonés, se jactaba de que su vida hubiera madurado bajo la sombra y los silencios de las encinas. El poeta castellano-extremeño, Gabriel y Galán, cantó así a la tierra extremeña: "Busca en Extremadura soledades/ serenas melancolías/ profundas tranquilidades/ perennes monotonías/ y castizas realidades". Y Antonio Machado, al que siempre hay que acudir cuando se desee ahondar en la naturaleza, exclamó ante los campos extremeños y castellanos: "Encinas de Castilla y Extremadura.../ encinas verdes encinas.../ humildad y fortaleza...". Y para el vasco, Miguel de Unamuno, la encina está presente en sus numerosas metáforas, como cuando dice: "No puedo imaginar a D. Quijote sino al pie de una encina, con las bellotas en la mano".
Y es que la encina es un árbol alto y ostentoso, de copa ancha y con espeso y verde ramaje. Sus troncos suelen ser gruesos y con viejas oquedades, porque hay muchas encinas que son milenarias. Por eso se trata también de un árbol longevo y de aspecto patriarcal entre los demás árboles, con raíces profundas y gruesas que simbolizan la firmeza y la robustez adheridas a la tierra. Y Extremadura es también tierra de horizontes despejados y de grandes visibilidades en las que la mirada se pierde recreándose en la lejanía hasta llegar donde parecen juntarse el cielo y la tierra, a pesar de tener sus cielos azules y altos, en los que predominan los tonos grisáceos, con horizontes anchos y despejados. En Extremadura, en fin, se tiene por estas fechas un encuentro pleno con la naturaleza. Por eso quienes allí lo hemos vivido de niño nos gusta tanto deleitarnos describiéndolo con nostalgia de nuestra edad infantil, de tan grata memoria, que nada más pensando en la infancia me quedo absorto y embelesado.
Y luego está la noble y sencilla gente extremeña, en los pueblos donde todos se conocen y se saludan al pasar con sus amables y cariñosos, ¡ea!, adiós, condiós y vamos allá, que allí son la expresión más genuina de la entrañable amistad extremeña, que se vive y se palpa por todas partes, con su sinceridad y buena fe siempre por delante, sin dobleces, con su connatural acogida y sana hospitalidad, pudiéndose hablar con las personas sencillas y con la gente del pueblo llano; gente extremeña generosa y agradecida, que apenas se le hagas el más pequeño favor o se tenga con ellos cualquier insignificante detalle, saben devolverlo con creces, regalando sus típicos productos de la tierra, normalmente de su propia cosecha. Siempre que voy me obsequian con algo en señal de buena amistad, incluso sin merecerlo. Y, como despedida, siempre que voy solemos degustar los amigos juntos una exquisita comida extremeña de amistad un grupo ya casi familiar que solemos pasarlo muy agradablemente y en grata compañía. La mayoría de las veces nos ha acogido y atendido maravillosamente bien el célebre restaurante El Yate, ya casi en las afueras de Mérida en dirección a Sevilla, con excelentes profesionales, donde suelen degustarse los ricos productos extremeños, con sus exquisitos sabores de la tierra.
Esta última vez, hemos asistido ocho comensales, mi buen amigo Ángel Valadés Gómez, de Don Benito (Badajoz), aunque residente en un chalet (su "Monte Aventino", que él gusta de llamar), en la misma orilla del río Guadiana a su paso por la localidad de Don Álvaro, desde cuyo salón principal se tiene a la vista un hermoso cuadro paisajístico; él es periodista, director de Televisión, que fue, y gran comunicador extremeño. También fue jefe del Gabinete de prensa del ex ministro extremeño de Trabajo y Seguridad Social Sánchez de León. Ya en alguna ocasión le dediqué un artículo sobre la época en que hace unos 50 años venía a Ceuta a radiar al campo Alfonso Murube los partidos que celebraban equipos extremeños que estuvieron en la misma categoría que los ceutíes, y de cuya ciudad y gente de esta tierra guarda un entrañable recuerdo; estuvo acompañado, claro está, de su amable esposa Manuela, de Mérida. Asimismo, asistieron los también buenos amigos Miguel Donoso Valiente y su mujer, Paquita Cidoncha, ambos de Mirandilla, mi pueblo; él tricampeón que fue del mundo en la categoría de "Cien kilómetros de carrera campo a través", y que ganó en tres años consecutivos. Otros asistentes fueron mi hermana Manola, con mi cuñado Avelino Haya Ignacio, jubilado del Banco de España en Madrid, que juntando ambos apellidos han hecho que sus tres hijos (mis sobrinos José Luis, Carlos y Jesús) porten en sus respectivos carnets los bélicos apellidos de "Haya Guerra", a pesar de que todos seamos gente de paz y de orden. Y mi mujer Mª Dolores y yo, que, como siempre, quedamos encantados. Todos juntos el día 6 del presente mes disfrutamos de una muy grata jornada, de exquisitos platos de la tierra, bien condimentados, bien guisados y mejor saboreados, además de bien regados con un buen vino con denominación de origen de Extremadura. Un delicioso e inolvidable día que a todos nos dejó contentos y gratamente reconfortados.


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