Estos días, en el principal centro urbano de Torremolinos, a descubierto, en plena calle, se pueden contemplar decenas de figuras en piedra y bronce, de gran tamaño, realizadas por la escultora ceutí Elena Laverón, que sorprenden diariamente a los transeúntes del muy frecuentado lugar.
Durante tres meses permanecerán allí estas esculturas que son motivos de atracción muy especialmente para profesores y alumnos de universidades y también para jóvenes escolares que aprovechan tan cercana oportunidad para ejercicios de dibujo , ante lo que la prensa de la capital ha llamado "poesía multiforme" y "arte a pie de calle".
La muestra está a toda anchura de la plaza Costa del Sol, con continuidad por una larga avenida, lugares que hasta hace poco eran utilizados por intenso tráfico rodado y ahora ha quedado solo para el uso de peatones. Un cambio urbanístico que ha coincidido casualmente con la representación, en esos mismos días, en el Auditorio local, de la zarzuela La Gran Vía, ya muy raramente traída a los escenarios.
Y es casualidad porque el anuncio de la representación lírica, junto con la apertura urbanística, han tenido puntual semejanza con lo que ocurrió en Madrid hace más de un siglo, habida diferencia de que en la localidad costera la transformación ha sido recibida con unánime complacencia, mientras que en la capital de la nación fue motivo de debates en periódicos y tertulias con muy enfrentados criterios.
Por si acaso aquella polémica fuese causada por carencia de información pública, el municipio acordó la distribución de unos impresos con muestra del trazado y explicación de cómo podría quedar de preciosa la nueva calle. ¡A perra chica lo que será la Gran Vía! voceaban por la Puerta del Sol. Y justo por aquel lugar y en pleno pregonar coincidió el popular compositor Federico Chueca, quien conocedor de tantísimas disparidades verbales, procuró atemperar ánimos con una alusiva y alegre zarzuela.
Manos a la composición y puesta prontamente en escena la obra teatral, ésta consiguió en efecto aminorar discrepancias y suavizar pasiones desde la misma noche de su estreno, con tal éxito y resonancia que fue llevada su representación a muchos y principales teatros europeos, con adaptaciones, en cada caso, de cambios de viejas casas por amplias avenidas.
Ceuta también aspiraba desde hacía mucho tiempo a una hermosísima vía, para lo que ya contaba con el prometedor espacio que uniría el puente Almina con la plaza de África. Y se pensaba en tan extraordinario proyecto cuando el puente aún estaba allí, con su primitiva estrechez sobre el foso seco que habría de ser asentamiento del nuevo mercado de abastos.
Claro que en nuestra ciudad, como en Madrid, se oponía el enorme impedimento de ocupación de antiguas casas y callejas que componían lo que fue el primer núcleo habitado, además de lo muy costoso que supondría llevar a ejecución los derribos y el consiguiente alzado de flamantes edificaciones.
En Ceuta, la pretendida gran vía no mereció voceadores con impresos explicativos ni mucho menos compositores divertidos. Sí que abundaron igualmente, desde el embrión de la idea, el escepticismo o indiferencia de la gente, que mejor dirigía sus ilusiones a la consecución del gran puerto, al que tampoco le faltaron inconvenientes, complicaciones y dilaciones, acumulación de obstáculos que eliminó certeramente la gestión del general Felipe Alfau, entre otras muchas valiosas mejoras para Ceuta y por las que fue nombrado hijo adoptivo de la ciudad.
Sin embargo, al proyecto de la Gran Vía no faltaron algunos buenos pareceres como el del admirado africanista Antonio Ramos, quien incluso se aprestó a aplicarle, mediante escrito divulgado en 1917, anticipada denominación, mientras que Rafael Gibert, en las páginas de El Defensor de Ceuta, se mostraba más favorable a una atrevida perspectiva del paseo de la Marina. Y bien que aproximó su visión a lo recientemente conseguido.
En esas inciertas circunstancias, el proyecto ceutí languidecía desamparado por unas débiles arcas municipales y aportaciones externas imposibles, sin que la soñada calle fuese abandonada del todo. Aún en 1933 Alfredo Meca, en la edición de su Memoria de Secretaría, refiriéndose al ensanche del puente y al adosado nuevo Mercado de Abastos, resaltaba el magnífico "aspecto armónico y grato" que ofrecería el Revellín con sus nuevas edificaciones teniendo enfrente a la Gran Vía.
Pero fue el paso cruel o salvador del tiempo el que vino a forzar el primer derribo. Ocurrió justo en la esquina de la calle Espíritu Santo con la de Jáudenes, y desde allí, en descenso hacia el ángulo formado en la calle Mártires, se recurrió con presura, y en un largo trecho, al apuntalamiento alzado de varias casas, formando un túnel que permitía el paso bajo los maderos que cubrían el escabroso adoquinado.
Este sistema de sostén provisional no solamente se aplicó en el exterior de las casas, sino que, ya con alguna anterioridad y ante el claro síntoma de precariedad, acució la necesidad de aplicar la contención a un adentrado patio con acceso por portal. Y para el sostenimiento circunstancial de paredes del escondido sitio se recurrió al apósito de dos férreas vigas.
Dos fuertes y largos hierros de cuya instalación los vecinos, no tranquilizados, avisaron al periódico para que informara de semejante apaño. Me tocó acudir, y una inquilina se percató de que mi atención, más que por el par de vigas, se fijaba en un barreño de loza lustrosa que había en el centro del patio. De verdad que era llamativa y bonita la pieza. La he visto muy similar en algunos museos de arte popular en pueblos de Andalucía. La mujer se acercó al motivo de mi atención, levantó una tabla de aquellas que se usaban para restregar la ropa con vaivenes de brazos, y me señaló con toda confianza: ¡Mira que pila más hermosa para lavar! Y lo manifestó con una satisfacción tan visible que dudo mucho de que la empleara hoy de tan alegre manera cualquier ama de casa al mostrar su más moderna lavadora.
Quien dirigió más atención al par de vigas, sin llegar a verlas, fue el colaborador de El Faro de Ceuta y admirable escritor, poeta, narrador y dramaturgo Manuel Alonso Alcalde, quién también formó parte de nuestro Instituto de Estudios Ceutíes y que falleció hace quince años. Alonso Alcalde, por aquellos días de la enclenque calle Espíritu Santo, y también escuchimizado patio, aportaba a nuestro periódico local unos versos diarios, breves, festivos, relacionados con el acontecer de la ciudad. Una sección que se llamaba "Ripios del día", muy seguida y celebrada por los lectores.
En efecto, aquel sostén férreo llevado al patio le pareció a Manuel Alonso un motivo simpático para su cotidiana columna en el periódico. Pero he ahí que el director, tras breve ojeada, consideró que no era conveniente publicar el verso por mucha gracia que tuviese porque, según su parecer, podría causar inquietud a los todavía ocupantes de aquellas casas y de las circundantes.
Alonso Alcalde, con su sonrisa habitual y sin querer causar complicaciones, vino a convenir en razón y no salió el verso, que quedó oculto y conservado en una mesa de la Redacción. Pero hoy, con la Gran Vía por fin conseguida, con un merecido nombre puesto, y sin reparo alarmante por delante, es posible recuperar la festiva ocurrencia literaria del genial autor, quien siguiendo con particular parodia una muy conocida estrofa de Calderón, y titulándola "Lamento de un patio", decía así:
Cuentan de un patio que un día, tan viejo y mísero estaba, que solo se sustentaba con dos vigas que tenía. ¿Habrá otro patio - decía- más achacoso que yo? Y cuando el rostro volvió halló la respuesta viendo que todo su alrededor también se estaba cayendo.