La pérdida de un ser querido siempre es dura. Si a esto se le añade la imposibilidad de darle el último adiós como la familia quiere, el drama es aún mayor. Que una madre no pueda llorar el cuerpo de su hijo es una auténtica tragedia.
En ella vive atrapada la madre del senegalés cuyo cadáver fue recuperado el pasado 20 de octubre por Salvamento, después del naufragio de la patera que ocupaba con más compatriotas. Dicen sus compañeros que mientras las olas se lo tragaban, él rezaba el Corán. Esa imagen aún la conservan en la retina los subsaharianos que salvaron su vida y hoy se encuentran acogidos en el CETI. La familia del fallecido, en cambio, no pueden tener imagen alguna porque no tienen cuerpo al que poder velar. Aquí en Ceuta todo se tiene que hacer demasiado rápido. Con las infraestructuras tan deficientes que tenemos, no existe el privilegio de disponer del tiempo suficiente como para investigar y para dar con la identidad de las personas cuyos cuerpos terminan, por azar o por destino, en nuestras costas.
Solo tenemos dos cámaras para acoger cadáveres (a menudo solo funciona una y mal) y éstos tienen que ser enterrados en el tiempo máximo que marca el juzgado que no supera los 3 días. Si existiera una infraestructura mayor, algo lógico en una ciudad frontera como Ceuta, podríamos aguantar durante más tiempo los enterramientos ante la posibilidad de que aparecieran familiares para identificarlos. ¿Cuántos fallecidos hay en los cementerios de la ciudad que podrían haber sido reconocidos por familiares?
El hermano de Ndigua, llamado Abdoul por sus compañeros de patera, se ha personado en Ceuta 9 días después de la tragedia registrada. Nueve días que, de haberse mantenido el cuerpo sin ser enterrado, guardado en un cámara, hoy podríamos estar en disposición de atender el deseo de su familia, de una madre que llora en Senegal la muerte de su hijo pequeño. Y como éste, muchos casos más que han quedado en el limbo, sin posibilidad de actuar de forma más profesional.
Tenemos instituciones como Cruz Roja que hace un trabajo encomiable en este tipo de situaciones, pero ellos no pueden ir contra la realidad de una Ceuta que carece de las infraestructuras mínimas como para estar preparados para tragedias de este tipo. Ahora Modou, hermano del fallecido, se enfrenta al reto de recuperar el cuerpo de su Ndigua. Y hará todo lo posible por respeto a su familia, por atender el deseo de una madre, por luchar por darle un descanso a su hermano en Senegal. Es su reto y es, a su vez, nuestro vacío.