E pasado año, al ver la foto de familia de la promoción de la Escuela Diplomática con la presencia del Rey, dí un respingo, al observar que el subsecretario había sido relegado a la segunda fila sin decir ni mu, en lo que constituye un fallo garrafal de protocolo, materia intranscendente para tanta gente pero esencial en la función diplomática, y más lamentable todavía al perpetrarse en el propio centro de formación de los funcionarios del servicio exterior.
Este 2015, he seguido con atención profesional la entrega de despachos a doce distinguidos secretarios y secretarias de embajada de tercera clase, a los que dedicaría estas modestas líneas de diplomacia crepuscular, porque quería ver si el ministro, con España presidiendo pro tempore el Consejo de Seguridad, apuntaba algo de los contenciosos diplomáticos, tema clásico e irresuelto, que no irresoluble, siempre, en teoría, en el frontispicio de nuestro accionar exterior, en el que significan punto clave, al que llevo dedicado cuarenta años, amén de ser el único diplomático que vivió el drama del Sáhara in situ.
Pues bien, si el error protocolario se corrigió como era de esperar, el titular de Santa Cruz produjo el correspondiente estupor al afirmar que, ¨como hemos dicho y venimos reiterando con enorme frecuencia, España es la nación más antigua del mundo; la unidad de España se remonta a 1474…¨. Pues no, hombre, no: ni siquiera de Europa; ni siquiera de Europa occidental; ni siquiera de la Península Ibérica (el Papa reconoció como nación independiente a Portugal ya en el XII y los lusitanos terminaron su reconquista al siglo siguiente). Quedémonos en un más discreto y desde luego más documentado y suficientemente honorable, que como ya se ha dicho y yo he recogido, ¨entre los grandes países europeos, la España de los Reyes Católicos ha sido el segundo en constituirse en Estado, inmediatamente tras la Francia de Luis XI y antes que la Inglaterra de Enrique VII¨ .
Pero yendo a lo que (me) interesaba, a los contenciosos, este señor – ¨ese pésimo ministro¨, en la valoración de Fernández Barbadillo- que en más de una ocasión ha dado la impresión de no ser precisamente un Metternich, ni siquiera alguno de sus parientes lejanos, no hizo la menor referencia. Vamos, que ni los mentó, ni en genérico, en lo que, al menos para mí, supuso una curiosa lección de relaciones internacionales españolas…dicho todo lo anterior con el tono festivo y cordial que corresponde a esta crónica menor para profesionales.
Desde hace muchos años, quizá desde que tengo uso de razón diplomática, he ido proponiendo la creación de una oficina para el tratamiento coordinado de los grandes contenciosos diplomáticos por estar indisolublemente entrelazados y, por tanto, resultar necesaria o al menos conveniente, superando así la tradicional polisinodia española, que decía García de Enterría, con sus perniciosos resultados, de los distintos centros concernidos y competentes que, a la postre, se tornaban en un seminúcleo incompetente. Y no habrá necesidad de añadir, que vengo formulando la propuesta sin el menor éxito.
¨Supongo que seguirás con tu eterna curiosidad y tu continua dedicación a desvelar las claves de las grandes cuestiones diplomáticas que afectan a nuestro país¨, me escribió desde Nicosia, en 1989, Miguel Angel Moratinos, el primer mediador internacional permanente que ha tenido la diplomacia española contemporánea y nada menos que en el conflicto palestino-israelí. El mismo Moratinos se había mostrado de acuerdo en que nos ocuparíamos debidamente de los contenciosos cuando todavía no estaba al frente de Santa Cruz, llegando a decirme que ¨lo intentaremos cuando yo sea ministro¨, pero cuando lo fue, adujo, con innegables cuotas de realismo, que ¨eran unos temas con una sensibilidad tremenda y que para un político resultaba difícil abordarlos¨.
En fin, que el hecho de que no reciban un tratamiento adecuado no obsta para su debido, obligatorio, incontornable estudio. Y ahí, por encima de las incorrecciones de diversa índole que llenan todos nuestros libros y las referencias a ellos y que no volveremos a escribir, la realpolitik parece imponer ya de entrada una conclusión tan desmoralizadora como objetiva: en el horizonte visible no se aprecian atisbos de solución. Dicho de otra manera, el statu quo parece inamovible en plazos considerados razonables desde la mentalidad del tercer milenio.
El Aula del Estrecho, de la Universidad de Cádiz, que son los grandes especialistas académicos en la zona, termina de publicar Cuaderno de Gibraltar. Procuro estar en contacto con ellos y hace dos años dí la conferencia inaugural en Algeciras. Dirigidos por Alejandro del Valle formulan varias propuestas sobre el Peñón, incluida ¨una solución imaginativa¨ (Paz Andrés) que como las que de manera también superadora, hicieron en el caso de las Islas y Peñones, sugiriendo disociarlos de Ceuta y Melilla, para establecer la correspondiente cooperación, a las que no parece difícil asignarles escaso recorrido. En definitiva, que si como internacionalistas sus aportaciones resultan sobresalientes, y esa es su misión, a efectos prácticos, diplomáticos, parece que no terminan de captar el punto clave, tan desalentador como incuestionable: que en horizontes contemplables, esto es, en plazos razonables, no se vislumbran soluciones.
En Gibraltar, no habrá necesidad de insistir en que, difuminada en lontananza la opción de la cosoberanía, las perspectivas, las posibilidades diplomáticas españolas a corto plazo se dirían nulas. Cierto que nos referimos a las posibilidades autónomas, a las bilaterales, porque antes de que finalice 2017 está previsto el referendum sobre la permanencia del Reino Unido en la UE que, de resultar rupturista, dejaría a los llanitos literalmente in the lurch, con España pudiendo aplicar ya sin excesivas ataduras las disposiciones del tratado de Utrecht, comenzando por el cuasi determinante control de la frontera.
Decepcionantes han sido la escasas referencias en los medios de comunicación al 40 aniversario de la Marcha Verde, este 6 de noviembre, dando así en alguna forma razón al Instituto Elcano que sostiene que el tema Sáhara cada vez interesa menos a los españoles. Situados en este punto muerto pero sin olvidar que con nuestra responsabilidad incólume, vuelvo a insistir, de la mano de la realpolitik, en la partición como solución con mínimos pero quiero creer que existentes visos de factibilidad, admitido el carácter no totalmente ortodoxo de esa salida para el diferendo.
Y mientras el asunto Sáhara continúe irresuelto y abierto el debate sobre los principios y los intereses de España en el Sáhara Occidental, como acabo de analizar en un artículo con el mismo título, la reivindicación alauita sobre Ceuta y Melilla se mantendrá, en alta aunque imprecisable medida, en estado latente.
Perejil no tiene entidad fuera de la globalidad del contencioso, a pesar de los incidentes del 2002. Ambas partes parecen conformes con el statu quo pero podríamos reclamar la soberanía ya que aunque los dos países cuentan con títulos al respecto, España, en mi opinión, tendría un mejor derecho.
Tampoco da la impresión de que los portugueses vayan a intentar forzar un cambio de situación en el caso de Olivenza, quizá encuadrable en la prevalencia metajurídica del diferendo, siempre potencial ejemplo de las relaciones de buena vecindad. De todas formas, de entenderse indicado ir a una solución definitiva, quizá pudiera venir por la vía del referendum que, según están las cosas, parece que arrojaría color español.
Sólo en las Salvajes, aun aceptando el tremendo valor de los hechos consumados en derecho internacional, y por tanto en cierta forma los derechos lusitanos en superficie, la dialéctica diplomática prosigue abierta para las aguas circundantes- ZEE.