Soy docente, lo que viene a ser profesora de toda la vida, o maestra, o las dos cosas… Mi abuela estiraba el cuello delante de sus amigas en un sutil alarde de orgullo nada contenido cuando pronunciaba la frase “mi nieta ha estudiado para maestra”. “Que no, abuela, profesora “, le decía yo y agachándome hasta la sillita baja donde vivía intentaba explicarle que no era lo mismo; que unos enseñaban unas cosas y otros otras distintas, que los alumnos de unos tenían unas edades y los otros otras y que un colegio no era lo mismo que un instituto.
Sin embargo, antes de que yo pudiera recomponer todos los huesos de mi columna vertebral en el duro viaje que suponía regresar de la silla de enea hasta la altura del mundo natural, escuchaba cómo mi abuela, bien porque no alcanzaba a comprender mi resabiada explicación o porque en su anciana sabiduría comprendía que la que no entendía nada era yo, le repetía aún con más autoridad a sus blanqueadas amigas “pues eso, hijas, que va a ser maestra”.
Con ese pensamiento lejano me pongo a trabajar este fin de semana en casa, porque soy docente, lo que viene a ser maestra de toda la vida, y trabajamos en casa, trabajamos mucho en casa. Yo no sé si un empleado de banca, un farmacéutico, un médico o un policía regresa a su casa cada día con una enorme bolsa llena de trabajo, pero nosotros lo hacemos, y todos los días. Que ya está bien que la opinión pública nos cuente las horas de trabajo con números redondos poniendo ojos igualmente redondos y saltones que no sé yo si responde más bien al “qué coraje me da” o al “ quién lo pillara”, que midan también los decibelios que rebotan en las paredes de las aulas, los grados de la temperatura tropical de las clases, los tiempos récords de los 100 metros pasillo, y carrera de relevos seis por seis y hablamos (seis, uno por cada vez que te cae un timbrazo en la cabeza que te mata, seguro, un nutrido puñado de cultivadas neuronas).
Orgullosa de mi profesión, animada e incombustible, me pongo a trabajar, pero cuando digo me pongo a trabajar no me refiero a organizar el curso, programar mis clases, preparar actividades, reflexionar sobre la temporalización, planificar el trabajo, diseñarme un buen cuaderno del tutor, hacer un organigrama de contenidos, rellenar la plantilla de las actividades extraescolares, preparar proyectos, informarme sobre los nuevos alumnos et cetera, et cetera, et cetera. No. Eso no. Eso también. Me preparo para hacer mi nueva programación LOMCE. Me hago un té y comienzo. Enciendo mi portátil y busco ley educativa… a ver, a ver, LODE, LOGSE, LOPEG, LOCE, LOE, LOMCE, correcto, sorbo de té, puedo con ello. Leo. Las competencias básicas ya no sirven, vaya por Dios, y mira que me lo dijeron en infinitos cursos de formación: que había sido un avance educativo tan sustancial como fue la vacuna contra la difteria en sanidad, ¡si tengo un cuaderno lleno de apuntes tomados en mis infinitos y monotemáticos cursos de formación! Vaya, pues va a ser que no, que no eran tan básicas. Ahora se llaman competencias clave, jodidos ingleses, como ellos las llamaron “key competences”… cuestión de solidaridad lingüística…. Yo a lo mío. Sorbo de té. Estándares, objetivos, criterios de evaluación, transversales, educación en valores, atención a la diversidad, empiezo a sentir una nebulosa en la cabeza. Lo que antes eran criterios de evaluación ahora son estándares de aprendizaje, lo que antes eran competencias básicas ahora son clave. La LOMCE marca los biorritmos educativos y los míos empiezan a alterarse. Tiro el té, me hago una tila. Ha llegado la Ilustración educativa, hemos dado en la clave para subir nuestros paupérrimos resultados en el informe PISA. Tomen nota: la Educación para la Ciudadanía se convierte en Valores Éticos, el Taller de Matemáticas en Refuerzo de Matemáticas, la Ciencias para el Mundo Contemporáneo la transformamos en Cultura Científica y la Comunicación Oral y Escrita ya no nos vale, pero hacemos lo mismo a la sombra de otro nombre. El náutico sonante PMAR nace como el sustituto de los Programas de Diversificación. Menos mal que el Latín sigue siendo Latín, lo cual no demuestra un especial respeto por esta veterana materia sino una falta total de imaginación por parte del ilustrado de turno. La verdad es que hasta me siento ofendida, qué tal un “Cultura y Lengua vernácula del pensamiento occidental” mucho más lomciano, y hasta obtendría mejores resultados…Quousque tandem abutere, Catilina, patientia nostra? Gritó desesperado Cicerón ante la desvergüenza de Catilina. ¿Hasta cuándo piensan ustedes, políticos de este país, abusar de nuestra paciencia? La educación es más que un rosario de acrónimos. En este país ya llevamos siete leyes educativas, cambian de color y dirección según la ideología que las administra y mientras cada gobierno diseña su panfleto educativo, los docentes seguimos dando vueltas sobre nosotros mismos como hipnóticos derviches a la espera de que un soplo de cordura nos haga avanzar, agotados de que la política y la pedagogía vayan de la mano en nuestras aulas. A ver cuándo los responsables de la educación se enteran de que estos dos conceptos no tienen en común ni una sola letra, ni siquiera comparten la primera. Pedagogía se escribe con P mayúscula y política con una p sorda, minúscula y ridícula.
Pónganse a trabajar en serio de una vez, llévense el trabajo a casa y corrijan, planifiquen y programen para todos y para siempre, abandonen esta gansada legislativa y sean responsables con este país. Que nuestros alumnos adquieran competencias básicas o competencias clave no los va a convertir en mejores ciudadanos ni va a acabar con el fracaso escolar pero un pacto educativo eficiente, amplio y estable seguro que sí. No hay secretos: vocación, calidad, metodología y respeto por esta profesión. Esto último sí es básico y clave ¿Y ustedes? ¿Son ustedes competentes?