Los batacazos electorales que se avecinan van a ser de órdago. Los únicos que se saben vencedores son Ciudadanos y Podemos, el uno más que el otro. Desde la nada van a dar un salto cuantitativo abismal, que incluso les permitirá a uno o a otro, o a uno y otro, constituirse como parte, ‘sine qua non est’, el futuro gobierno.
Aunque las encuestas vaticinen que los populares serán quienes ganen las elecciones, la suerte está echada y sea cual sea el resultado, a España le viene indudablemente un gobierno de izquierdas. O bien PP con Ciudadanos y alguno más, o PSOE con Ciudadanos, Podemos y todo el que se quiera sumar al renovado frentepopulismo; todo dependerá del peso que tenga el PP y de la ambición presidencial que tenga Albert Rivera, porque no dude ni por un momento que todos los partidos están dispuestos a hacerle un cordón de odio al PP. Ya lo han hecho repetidas veces, algunas de ellas con la aquiescencia de Ciudadanos.
Por mucho que el PP achaque a la falta de comunicación de sus logros los malos resultados que se le avecinan, la más que evidente pérdida de apoyo no sólo ha sido culpa de las medidas antipopulares que ha implantado, ni siquiera del abandono del conservadurismo, sino de la incapacidad de mirarse en un espejo y gestionar las derrotas parciales que ha ido obteniendo en estos cuatro años de legislatura.
Pero quien verdaderamente va a salir derrotado de estos comicios es el votante de izquierda. Desde Zapatero, el socialismo español perdió el rumbo, se dedicó a futilidades, ocurrencias y a gobernar como un imberbe radical; nada de ingenuidad, sino más bien estulticia. La perseverancia en un camino de error, de identificación con el ‘perroflautismo’, así como la falta de consideración del ciudadano como un individuo reflexivo, han hecho de este espectro ideológico español un campo yermo rápidamente ocupado por un ávido Ciudadanos.
Abandonar la moderación tiene un precio, la radicalización, y a fundamentalistas no hay quien gane a Podemos. El PSOE va a pagar ahora esa pérdida de identidad que inició con el zapaterismo. Algunas encuestas lo sitúan como cuarta fuerza política y esto ya va pareciéndose a un cadáver que no se va a poder reanimar, por mucho que Susana Díaz campe a sus anchas frente a un apático PP andaluz.
España se va a levantar el 21-D con un parlamento muy dividido que habrá finiquitado el bipartidismo, abundante en fundamentalistas e intransigentes, colmado de odios y ambiciones personales, y raquítico en hombres de estado. Salvo por honrosas excepciones, como lo son los candidatos ceutíes, probablemente sea el parlamento español más iletrado de todos los tiempos. Por eso, no dude ni por un momento que, los mayores perdedores de estas elecciones seremos los ciudadanos de a pie.